martes, 17 de mayo de 2022

7 palabras


 

Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen

 

Vuelan los buitres

sobre los cielos del Gólgota.

 

El aire mortecino

afila la guadaña.

 

Los hombres matan,

torturan,

esclavizan,

envilecen.

 

Nuestro Verbo Encarnado

ya está crucificado.

 

Nuestro Verbo descarnado

agoniza.

 

Agonía de la Inocencia.

Agonía de la Bondad.

Agonía de la Verdad.

Agonía de la Belleza.

Agonía del Amor.

 

Los hombres matan,

torturan,

esclavizan,

envilecen.

 

Todos crucificados:

el inmigrante en la patera,

el refugiado en el alambre de espino,

el indigente en los cartones,

el misionero en la misma Cruz de Cristo.

 

La historia del mundo

es la historia

de la Crucifixión;

el martirio perpetuo.

 

Los hombres matan,

torturan,

esclavizan,

envilecen.

 

Mas Tú pides al Padre

que los perdone,

porque no saben lo que hacen.

 

¿O sí lo saben?


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Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso

 

Somos ladrones

empalados junto a Cristo.

 

Robamos a Dios

para dárselo al diablo.

 

Robamos a la Vida

para dárselo a la muerte.

 

Robamos y robamos

compulsivamente.

 

Y esta inclinación al mal,

tan propicia de la especie,

se acrecienta hasta el delirio

cuando creamos

paraísos en la tierra.

 

Paraíso del hombre nuevo: Gulag.

Paraíso de raza pura: Auschwitz.

Paraíso de género e inmortalidad

donde reina el Anticristo.

  

Todos los paraísos humanos,

de ayer,

de hoy,

de mañana,

son campos de exterminio.

 

Pero Dios nos perdona

en su infinita Misericordia,

y con el buen ladrón

nos conduce al único

y auténtico Paraíso:

ese jardín tantas veces soñado,

donde el Amor reina

eternamente.

 

Casa del Padre.

Casa del Hijo.

Casa del Espíritu Santo.

 

Morada para la Vida Eterna.


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Mujer, ahí tienes a tu hijo. Ahí tienes a tu madre

 

Hogares encendidos.

 

Hogares incendiados.

 

Hogares calcinados

por el fuego del infierno.

 

Hogares

donde el demonio

ha plantado su guadaña.

 

Hogares sin amor,

sin abrazo,

sin beso.

 

Hogares sin familia.

 

Hogares del padre muerto,

de la madre muerta,

de los hijos muertos.

 

Hogares de los huérfanos.

 

Hogares del ojo por ojo

y todos ciegos.

 

 

Hogares de la venganza,

del permanente duelo.

 

Hogares del odio,

de todos contra todos.

 

Hogares del vacío.

 

Hogares de la nada.

 

Hogares sin hogar,

como un piso de suburbio

abandonado y frío.

 

Hogares de la derrota y de la muerte.

 

Mientras tanto Jesucristo,

creador de la Familia,

antes de subir al Padre,

reúne a los suyos,

a María,

a Juan,

en el Hogar amoroso.

 

Madre e Hijo

que escuchan la Palabra de Dios,

y la cumplen.

 

María y el discípulo amado

combaten con Amor

los males de este mundo.


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¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?

 

Dios mío, Dios mío

no nos dejes solos

ante la Vida.

 

No nos dejes solos

ante el demonio.

 

No permitas

que nos apartemos de Ti.

 

Protégenos del mundo,

pues Tú no eres del mundo,

y nosotros tampoco.

 

Acompáñanos en este destierro.

 

No nos abandones

en el trance de la muerte.

 

No nos abandones

en el tránsito

de la vida a la Vida.

 

Líbranos de la angustia

que produce la muerte,

cuando se va acercando

con su rostro de nieve.

 

Líbranos del dolor

del cuerpo y del Espíritu.

 

Te pedimos compañía

para combatir

nuestra profunda soledad.

 

Somos tan poca cosa

que no llegamos a comprender,

por qué nos quieres tanto.

 

Nos amas hasta el extremo.

 

Nos mimas,

nos alientas,

para vencer las trampas

de este universo,

para seguir viviendo.

 

Te pregunta tu Hijo:

¿por qué le has abandonado?

 

Tú sabrás la razón.

Tú solo tienes la respuesta.

 

Mas el corazón nos dice

que no hay tal abandono.


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Tengo sed

 

La angustia de la muerte

reseca la garganta.

 

¿De qué tenemos sed?

¿De Vida?

¿De Dios?

 

El planeta es un desierto

sin oasis,

sin Vida,

sin Dios.

 

El mundo avinagra

la boca de los hombres,

y vomitan el odio,

la venganza,

la iniquidad.

 

Dioses de sí mismos

se atrincheran en su poder destructor.

 

 La tierra tiembla,

los animales se extinguen,

los polos se desangran,

el fuego se adueña de bosques y montañas,

el aire envenenado

revienta los pulmones,

el corazón,

el alma.

 

Sed de soberbia,

sed de orgullo,

sed de sinrazón.

 

Insaciables,

los hombres se apropian

del presente,

del futuro de la vida,

que no les pertenece.

 

Desde la Cruz,

y con las gotas de vinagre

cayendo de su boca,

Jesucristo se compadece

de sus hijos perdidos.

 

De estos hijos

que ya no tienen sed

de su Agua Viva.


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Todo está consumado

 

Se acerca el final de la agonía,

se acerca la hora nona de la muerte.

 

De su costado brota sangre y agua.

 

Deicidas

y homicidas,

huimos de la Luz,

buscamos las tinieblas.

 

Ocultamos los rostros,

escondemos las miradas:

 

Las palabras enmudecen.

 

Se revelan las sílabas sagradas.

 

De la Vida

se ausentan las vocales,

lloran las consonantes.

 

¡Traición!

¡Traición!

¡Traición!

 

En cada hombre

se cuela un iscariote.

 

Los judas proliferan

por todos los rincones.

 

¡Cuánta desolación!

 

¡Cuánta ruina

en este mundo tan mendaz!

 

Los ángeles caídos

oscurecen el cielo.

 

Los ídolos se adueñan

de nosotros.

 

La tierra toda

es un campo de batalla.

 

Todo está consumado.

 

Todo está cumplido.

 

Sin Fe.

 

Sin Dios.

 

La Humanidad agoniza.


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Padre, a tus manos encomiendo mi Espíritu

 

Nuestro Verbo Encarnado y descarnado

se encomienda a la Palabra Viva.

 

¡Oh, Padre del Amor!

 

¡Oh, Padre Nuestro!

 

¡Oh, Padre del Amor correspondido!

 

Acoge en tu seno

el Espíritu sufriente de tu Hijo.

 

Espíritu que es tu propio Espíritu.

 

Espíritu de Dios.

 

Espíritu de Cristo.

 

Pura Misericordia Infinita.

 

Tú eres la Ciencia del Perdón.

La Ciencia más exacta.

La Ciencia más humana.

La Ciencia del secreto de la Vida.

 

Tu Sabiduría humilla

los pensamientos insustanciales

de los hombres.

 

Tú nos conoces,

y de cada corazón

haces un Reino

de Paz y Armonía.

 

Tú eres la vid

y nosotros los sarmientos.

 

Tú, como Padre,

no quieres hijos huérfanos.

 

Con nuestra cruz te seguimos

para conquistar el cielo.

 

No hay Salvación sin cruz.

 

No hay Paraíso sin sufrimiento.

 

Protégenos del mal,

que somos hijos tuyos.

 

Somos de tu Genealogía.

 

Pero estamos tranquilos,

porque tú has vencido al mundo

para salvar la Vida,

y defenderla de todos los peligros.

 

Padre,

a tus manos encomendamos

nuestros débiles espíritus.


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